UAM-X

Que el silencio sea algo que puede ser oído, es cosa que los poetas saben desde siempre, y los psicoanalistas, desde hace pocos años. Convoco esta imagen para hablar de este apasionante libro sobre Kafka. Hecho de murmullos, de voces superpuestas en tiempos y espacios diversos: Franz y Felice, Max y Sigmund. Jacques y Alejandro. Karl y Georg… Polifonía a media voz, a medio decir, juego, susurro.

Acotamiento del delirio: la escritura literaria, distinta al síntoma, tiene como petición, de principio, la función simbolizante de la palabra como vehículo del lazo social. Es así que lleva la memoria y el símbolo como corazón de su ser. Memoria, en tanto huella de las marcas, los trazos del inconsciente que insiste en manifestarse, y también en tanto acervo, archivo a disposición de un sujeto fundado por su capacidad de olvidar: símbolo, como nombramiento de su ausencia, evocación de lo distinto a través de lo que es en sí idéntico.

Es también comprender por qué la metamorfosis de Kafka está en íntima relación con las cartas a Felice. Y a su vez, la literatura de Kafka, en relación íntima con el libro que tienen en sus manos, implica la metamorfosis de su autor. Por eso lo que se intenta aquí está propuesto como puro efecto de desconocimiento. Y en esto consiste la mayor virtud de este libro. Algo con valor de verdad insiste en ser dicho de manera velada. Cosa que el lector, ese eterno des-velado agradece.

Esto hace, finalmente, que la “atroz condena” del título sea más bien un viaje peculiar y gozoso por el psicoanálisis, la literatura, la filosofía y las historias de vida.



Lidia Agazzi (Miembro del CPM)