El imperio de lo siniestro o la máquina social de la locura
Descripción
La entrada a este escrito propone una pregunta y una reflexi ón sobre el sujeto social, o sobre el proyecto de la sociedad que pesa en la noción del sujeto contemporáneo. El primer capítulo,«El vaciamiento del sujeto social» torna, precisamente, con base al vaciamiento del sujeto e indaga en esta territorialización que la sociedad moderna y la guerra de baja intensidad construyen como objeto de agresión. Pero al mismo tiempo es una meditación sobre la desterritorialización del sujeto como centro de producción simbólica, el vacío es el sin sentido que impera en la vida actual fuertemente ensombrecida por lo siniestro como incapacidad del símbolo para ser simbolizado, como incapacidad de imaginar y secundarizar el efecto de lo que Morin llamó, a propósito de la resistencia psicológica, «la incapacidad de asumir lo real, por ser éticamente inaceptable».
El segundo capítulo, «Los dispositivos imaginarios que trabajan lo real», pretende ser un llamado a atender las nuevas formas de control ciudadano en las sociedades de masas, gobernadas por el proyecto utópico que caracteriza a las sociedades de finales del siglo XX; es, en otras palabras, una escritura sobre la cosmovisión presente en la historia de las mentalidades, que describe el ejercicio y tendencia de las formas de dominación que intentan pasar de las sociedades altamente vigiladas a las altamente disciplinadas. El debate entre el panoptismo de Michel Foucault como callejón sin salida al que se aproximan vorazmente las colectividades modernas, contra la propuesta de Cornelius Castoriadis respecto al permanente flujo de las significaciones magmáticas, con las que el imaginario social baña la subjetividad de las formaciones humanas. Intuición brillante que se puede describir en otra vertiente, más lúdica, más reparatoria de la pérdida y de la fractura interna; por ejemplo, la ausencia que les dejó a los alemanes la instalación del Muro de Berlín, pero así mismo las posibles articulaciones y puentes intelectuales y emotivos que en un concierto de rock se pueden crear con la convocatoria y correspondencia de diversos discursos plásticos, esté- ticos y musicales, durante la unificación por la caída del Muro en 1990, por el dispositivo que Roger Waters les propuso a, por lo menos, más de 20 mil asistentes.
En el capítulo tercero, intitulado «Los ajusticiamientos colectivos », se proponen varios puntos de fuga hacia el sujeto cívico por venir ?niños de una misma comunidad observaron en vivo y directamente por más de ocho horas un linchamiento ? ante las pedagogías?terror que las mismas comunidades, en un espaldarazo al sistema instituido, imponen a sus habitantes haciéndose justicia por la propia mano; éstos son ejemplos totales de civismo que se instalan en el miedo y la desconfianza a las autoridades, al gobierno, al otro, en síntesis, al extranjero. En este capítulo el movimiento autogestionario de un pueblo abre y vuelve a reinagurar una serie de conceptos fundamentales en el contrato que Rousseau legó a la humanidad, la cual añora el ascenso a la democracia. Los ajusticiamientos colectivos han sido un mito, un tabú, una leyenda y una tradición que se reedita de manera cotidiana en el devenir trágico del pueblo mexicano, y no obstante nunca los habíamos visto y menos presenciado; en cambio ahora fuimos testigos virtuales y presenciales, en el universo del rating que genera un video transmitido por cadena nacional horario cinco estrellas desde la «comodidad del hogar», de un ajusticiamiento colectivo, con un grito que nació de las entrañas de un ajusticiado justo en el momento y en el contexto de máxima densidad histórica, donde la violencia reina en la sociedad como una máquina de enloquecimiento sumario.